Muchos no
aprobaron de la actitud de la pobre Sofía una vez que salió este artículo
en un periódico nacional. Aunque llegue tarde a la conversación, quisiera
agregar las observaciones de alguien que vive fuera del país y que espera algún
día regresar a su tierra.
Apuntaría
primero que todo que los deseos de Sofía no deberían ser exclusivos de “muchachos
de tan alto nivel intelectual, y con una formación y capacidad crítica
admirables”, como dice la autora del artículo, sino que son los derechos de
todo costarricense, y por lo tanto, deben ser exigidos por todos, sobre todo, en
este momento de elecciones.
La
costumbre hace que uno se fije menos en esos detalles que nos complican la vida.
De ahí que muchos, postulo, ya no se den cuenta de todas las cosas que no
hacen automáticamente por estar pendientes de no ser objeto de un asalto
callejero o de un robo residencial, de los cuales yo he sido víctima. No hay
que menospreciar la idea de andar en paz en la calle, con su computadora portátil
o teléfono celular o de poder salir y dejar la casa sola sin tener que
preocuparse de nada, que si lo asaltan en la calle o si lo esperan de vuelta a
las mil y quinientas cuando regresa a su casa para despojarlo de su carro, como
le pasó a un familiar mío. Esas costumbres nos quitan un poco de libertad, de
paz y de serenidad y que se acepten como habituales no significan que sean normales.
Las comparaciones son siempre odiosas y no solucionan nada. Decir que estamos
mejor, peor o igual a otro país, escoja usted México o Brasil, no mejora las
condiciones de nuestro país. Me interesa el bienestar de mi tierra porque ahí
viven mis familiares, mis amigos y mis compatriotas. Una vez que nuestra
situación colectiva haya mejorado, me preocupo de lo que pueda suceder en otro
país.
Despego con
la idea de que las quejas de Sofía son parte de un síntoma de la enfermedad que
vive CR: nuestra sociedad ha dejado de funcionar para el bien de todos. No es
solamente la delincuencia y la corrupción de la clase política lo que aflige a
CR; sino también la burocracia kafkiana, a nivel educativo, legal, laboral,
legislativo y de salud pública, que hace de cualquier trámite un laberinto de
penitencias, ridículas y anticuadas, para el ciudadano común y silvestre, que
solamente quiere hacer su vuelta y regresar a la rutina de su vida.
Nada
retrata mejor la situación nacional que su tráfico vehicular. Cualquier viaje
que hace años tomaba 15 o 20 minutos ahora se torna en una asfixiante, lenta,
agresiva y vulgar aventura de muchísimos minutos más dependiendo la hora del
día, lo cual únicamente refleja la falta de previsión de las autoridades competentes
que deberían, en su momento, haber analizado si la infraestructura vial estaba
en condiciones de soportar los numerosos automobiles que ahora hay en el país.
Este fenómeno
que empezó a mediados de los años noventa ha empeorado año tras año. ¿No ha sucedido
lo mismo con los otros problemas que enfrenta el país? El deterioro nacional a
cualquier nivel que usted quiera considerar, es la consecuencia de no haber
hecho nada o de no haber podido hacer nada por la intervención de otros con más
poder, años atrás. Si el momento actual no es considerado es crítico, apuesto
que cuatro años más, con los actores políticos tradicionales, sin soluciones y
sin respuestas, será así catalogado por la mayoría de los costarricenses.
Posiblemente
si alguien lea estas líneas, se preguntará con qué derecho manifiesto estas reflexiones
si logré el sueño de Sofía, vivir fuera de CR sin estar obligado al regreso.
Continúo otro
día